Continua la sesión de los cuentos "de-a-dos", en esta ocasión el cuento es más largo, se mantienen los autores (
Lex &
Melu). La técnica utilizada: secreta. La temática: e-vidente.
Se esperan comentarios---
Nube de infanciaEn un jardín, repleto de flores de todo tipo. Cercanos, antiguos vagones de trenes abandonados, y una enorme fuente de aguas legaminosas.
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Nube, que te dejas vencer por el viento,y ya ni el céfiro del oeste viene a socorrertedesta tormenta que se avisa con tempestades,primero en ojos de nuestro encuentro,luego en imágenes en el cielo;y ahora, que me quitas el fulgor de verte postrada como un flor- o como un cometa adormecido -.Y te vas, en un deshacer que le es natural a tu corta vida de paloma en el aire,a tu brevísimo tiempo de gaviota,a tu volar sensato... -
Así repetía, una y otra vez, sus versos el joven poeta, a la sombra de un pimiento; y para él, no había más que la brisa del atardecer y el cuaderno de notas en su regazo.
Las hojas verdes se mecían junto a la melodía que silbaba el viento, el sol entre ellas le producían un hipnótico sentimiento de paz, cerró los ojos para que se posáse delicadamente sobre su naríz aquél aroma a violetas que le rodeaban, junto a su felicidad.
Sintió sobre él una sombra, abrió lentamente sus ojos para ver una delgada silueta que miraba a la nada, dándole la espalda. Era una mujer hermosa, la luz del sol que ya atardecía se translucía a través de su blanco vestido y sobre su cabeza, un sombrero que le daba el aspecto de una viajera sin rumbo, una que olvidó sus maletas en algún pasado.
Apoyó su mano derecha en el suelo y se torció para verla mejor; y al hacerlo descubrió, no muy lejos de allí, y en medio de un inmenso campo floral, un vagón de tren. - Seguramente - se dijo -, hogar de ratas y sueños perdidos.
La mujer volteó, entonces. Sonrió. Pero parecía sonreir para sí, aún cuando le causó gracia el esfuerzo que hizo él al ponerse de pie.
- Gustav - dijo, extendiéndole su delgada mano derecha, donde exhibía dos anillos, signo inequívoco de su procedencia burguesa.
- Cecil - le respondió ella, sin acercarsele ni aceptar el saludo.
Miró inquisidoramente su mano, reconociendo en uno de sus anillos el escudo que los viejos trenes llevaban, lo miró directo a los ojos, en ese mismo instante, y sin previo aviso, el color de los suyos se perdió tras las lágrimas que, para su fortuna, logró contener. Volteó nuevamente para perderse en un recuerdo.
A lo lejos se escuchó el ladrido un perro, Gustav buscó entre su camisa y sacó el silbato que colgaba de su cuello, era de aquellos silbatos que usan los maquinistas para avisar que el tren ya parte. Lo puso en su boca haciéndolo sonar, los ladridos se acercaban cada vez más.
- ¿Hace cuánto estás aquí? - preguntó Cecil, de pronto.
- Algún tiempo - respondió él, agachándose para acariciar al bello labrador.
- Dime... ¿cuánto tiempo? ¿horas? ¿días? ¿semanas? ¿acaso años?
Gustav se levantó contrariado, ella volteó y se encontraron cercanos. La miró, como si buscase algo en su rostro.
- ¡Nunca te lo preguntas! ¿no es cierto? ¡No te importa el paso del tiempo, es eso! - exclamó y rompió el lágrimas, él la sujetó de los hombros y la sostuvo suavemente.
El abrazo no se dejó esperar, ni tampoco el cálido beso.
Él comprendía - poco a poco - que, así el jardín, como el vagón y el labrador, eran trozos de una historia que le pertenecía. Ella se safó suavemente, e inmediatamente Gustav recordó aquella dulce mirada llena de determinación, la misma de aquél anciano conductor de locomotora que lo llevaba a pasear las tardes de verano desde el pequeño pueblo hacia la gran ciudad y al menos una vez al mes, se detenían en este lugar para recoger a su hija. Se conocieron a muy temprana edad, y muy temprano, también, descubrieron el amor y los sueños.
Con frecuencia, la arbitraria complicidad del tiempo y el azar nos sorprenden. En ocasiones, nos otorgan una segunda oportunidad. E incluso cuando se olvida es posible volver a la tierna infancia, a la edad en que el viento corre en la cara, y las manos juegan a ser manos, los ojos se cierran hasta quedar atrapados en otro ojo que no es ninguno, los paseos se hacen eternos y las nubes... sólo danzan en el cielo.