Me lleva del paso inspirador, como diría Estaban. Stephan y Stephen no son más que otras máscaras, personas que, en definitiva, atribuyen el ser de sí mismos a otros ismos, quizá imaginarios, como las relaciones con sus reales condiciones de existencia, ideologías (Althusser). Hablo de ideologías literarias, por supuesto, no podría ser de otra forma. Máscaras que nunca podrían participar de la Idea de Esteban, ni de su decir, ni de lo que pretendería decir si llegase a decirlo.
Todo esto lo digo con una rara convicción de querer colocar personajes en el lugar y momento adecuados para acometer las acciones más ridículas y menos decorosas que... en fin, casi no tiene sentido mencionar esto sin antes comentar que grabo mis voces como si fueran otras voces y pretendo oirlas como si no las oyera, las grabo una y otra vez hasta que reconozco en ellas la continuidad, quizá pretendida de antemano, de una historia y unos personajes que poco a poco van armando su propio mundo, muy parecido al mío, tengo entendido. (Risas). La ficción no surge sino de una fricción, o para decirlo con Vargas Llosa, la ficción de la novela surge de "fricciones y desencuentros entre la historia singular de un individuo y la historia del mundo en que vive". Entonces, me repito el nombre de un personaje, digamos Beatriz, y se convierte para siempre en Beatriz, y no digamos nada de Dante porque es un poco pomposo tratar de querer asir de modo tan inapropiado el imaginario de otro con el mío, es decir, con mi ideología literaria. Beatriz, decíamos, vive atrapada - y supongo que no tengo otra forma para describirlo - entre dos mundos, ambos planos ficcionales: la infancia y la adultez; y un día decide irse lejos, y es importante que lo decida porque sin decisiones no habría historia; usted dirá que sí, que es lógico, si el escritor así lo decide, no puede darse una situación diferente, pero olvida algo de vital importancia: Beatriz aún no se escribe, o para ser más precisos, su historia aún no se escribe, y no existen una independiente de la otra.
Quisiera decir también, y vaya que lo hago, que no reclamo autoridad sobre el texto, ni sobre mi voz particular, haciendo eco de otros nombres que trazan su andar fanstasmagórico en la memoria de los árboles.
Todo esto lo digo con una rara convicción de querer colocar personajes en el lugar y momento adecuados para acometer las acciones más ridículas y menos decorosas que... en fin, casi no tiene sentido mencionar esto sin antes comentar que grabo mis voces como si fueran otras voces y pretendo oirlas como si no las oyera, las grabo una y otra vez hasta que reconozco en ellas la continuidad, quizá pretendida de antemano, de una historia y unos personajes que poco a poco van armando su propio mundo, muy parecido al mío, tengo entendido. (Risas). La ficción no surge sino de una fricción, o para decirlo con Vargas Llosa, la ficción de la novela surge de "fricciones y desencuentros entre la historia singular de un individuo y la historia del mundo en que vive". Entonces, me repito el nombre de un personaje, digamos Beatriz, y se convierte para siempre en Beatriz, y no digamos nada de Dante porque es un poco pomposo tratar de querer asir de modo tan inapropiado el imaginario de otro con el mío, es decir, con mi ideología literaria. Beatriz, decíamos, vive atrapada - y supongo que no tengo otra forma para describirlo - entre dos mundos, ambos planos ficcionales: la infancia y la adultez; y un día decide irse lejos, y es importante que lo decida porque sin decisiones no habría historia; usted dirá que sí, que es lógico, si el escritor así lo decide, no puede darse una situación diferente, pero olvida algo de vital importancia: Beatriz aún no se escribe, o para ser más precisos, su historia aún no se escribe, y no existen una independiente de la otra.
Quisiera decir también, y vaya que lo hago, que no reclamo autoridad sobre el texto, ni sobre mi voz particular, haciendo eco de otros nombres que trazan su andar fanstasmagórico en la memoria de los árboles.
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