Encima de monturas de catástrofes, cabalgan las bombas ladrando el asesinato de la Humanidad.
Huyen las gentes a las alcantarillas de acero de la imaginación, en donde el hombre deforme con cerebro de furor infantil se esconde después de haber soltado los perros del infierno a las ciudades y los trigales del universo, y los niños chiquitos se agarran a los pechos viciados o acuchillados de las grandes y épicas madres.
Asoma la cara oblicua de terror su faz roñosa y las máscaras del ser aúllan en la soledad de los siglos a la carroña del Estado burgués.
Los hocicos ensangrentados del gran capital imperialista lamen la pata de la guerra; los envenenadores públicos de la bomba-atómica infestan la tierra y los océanos, hacen el aire irrespirable, ensucian las aguas asesinando la fauna marina, acorralada contra la materia letal y las antes ilustres aves de “Dios” se caen de cabeza al infinito terriblemente amarillo; un tremendo cáncer nos azota como el huracán de los últimos días del hombre; Caín empuña la quijada el asno colosal y aterra las criaturas intimidadas por un Marte borracho y ensangrentado que come dólares y almas; el hocico de los cañones va a vomitar muerte y lágrimas grandes.
Huyen las gentes a las alcantarillas de acero de la imaginación, en donde el hombre deforme con cerebro de furor infantil se esconde después de haber soltado los perros del infierno a las ciudades y los trigales del universo, y los niños chiquitos se agarran a los pechos viciados o acuchillados de las grandes y épicas madres.
Asoma la cara oblicua de terror su faz roñosa y las máscaras del ser aúllan en la soledad de los siglos a la carroña del Estado burgués.
Los hocicos ensangrentados del gran capital imperialista lamen la pata de la guerra; los envenenadores públicos de la bomba-atómica infestan la tierra y los océanos, hacen el aire irrespirable, ensucian las aguas asesinando la fauna marina, acorralada contra la materia letal y las antes ilustres aves de “Dios” se caen de cabeza al infinito terriblemente amarillo; un tremendo cáncer nos azota como el huracán de los últimos días del hombre; Caín empuña la quijada el asno colosal y aterra las criaturas intimidadas por un Marte borracho y ensangrentado que come dólares y almas; el hocico de los cañones va a vomitar muerte y lágrimas grandes.
Los prólogos premonitorios a la caída del imperialismo (fragmento) - Pablo de Rokha