Para no llenarse de apariciones, pretenden ser los bonzos de la montaña, llevando el traje limpio y resolviendo la paz con palabra muda. Pero las manos están manchadas y los pies son de barro y los perros ladran con la Gran Rabia del engaño. Son simuladores y caminan entre nosotros delicados y se hacen llamar humildes servidores de la santa corporación eclesiástica y liban el tedio como si fuera la calle de los entredichos, cuya policía duerme o lee las cartas.
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