Comparto un fragmento de mis privadas anotaciones diarias, así que, sea la aclaración, las reflexiones van en una dirección muy personal, buscando más bien el registro y las narraciones propias:
Sábado 10 de septiembre
Ayer se dijo públicamente que se identificaron los restos de Felipe Camiroaga. Se encuentran restos, fragmentos, porque el total se pierde como cualquier totalidad que así se defina. Los numerosos reportajes y notas que se le han dedicado muestran el profundo impacto que tuvo y sigue teniendo en la vida de chilenos y chilenas. Cuando nos enfrentamos a las imágenes hay que tener cuidado, sin embargo. La nuda sensibilidad no es lo mismo que la pornografía del cuerpo, de los cuerpos. Cuando intento despejar lo que verdaderamente siento al respecto, rescato una pena real, que siendo así, prefiero vaciarla en otras mutilaciones, también reales, crudas y fugaces. Porque todos somos vulnerables -recuerda que has de morir- pero algunos han sido históricamente más vulnerables que otros, sin dedicatorias ni recuerdo, algunos incluso borrados de la cultura, olvidados.
Los olvidados son, por supuesto, reconocidos por quienes defienden las ideas humanas (y no necesariamente humanistas) de libertad y dignidad. Sin embargo, para una inmensa mayoría, los olvidados no tienen rostro. El epíteto es una contradicción, naturalmente, que busca articular una forma de pensar(los).
Hace diez años, nadie esperaba que dos aviones se estrellaran contra las Twin Towers, al día siguiente. Hace diez años era difícil imaginar las transformaciones que han tenido lugar en esta década, y sería una vana tarea describir aquellas que a me interesan a mí. Hace diez años yo creía en el futuro como se puede creer en las montañas o en un día de lluvia, es decir, realidades inmutables cuya materia se cree conocer porque se les ha visto desde lejos o en el pasado, pero que sorprenden (o me sorprenden) en su poderosa vitalidad. La realidad supera las ficciones de la historia. Hace diez años, los espejismos del mundo se debilitaron a fuerza de preguntas. ¿Qué valor adicional tenían las vidas de las víctimas del atentado por sobre la de los olvidados, que hacía a unos merecedores de respeto, a quienes dedicamos el silencio, y a otros convertía en silenciados?
Seguimos derramando silencios en las fracturas de la historia, en cuyos senderos sumergidos van a morir las preguntas.