No quisiera extenderme en el análisis de los fragmentos que a continuación presento, ellos son parte del libro El otro por sí mismo, de Jean Baudrillard y son, actualmente, un eje interesante de re-flexión, considerando cómo hacemos uso de la tecnología y nos involucramos en las redes sociales.
El cuerpo como escena, el paisaje como escena, el tiempo como escena desaparecen progresivamente. Lo mismo ocurre con el espacio público: el teatro de lo social, el teatro de lo político se reducen cada vez más a un gran cuerpo blando y a unas cabezas múltiples. La publicidad, en su nueva versión, ya no es el escenario barroco, utópico y extático de una visibilidad omnipresente de las empresas, las marcas, los interlocutores sociales, las virtudes sociales de la comunicación. La publicidad lo invade todo a medida que desaparece el espacio público (la calle, el monumento, el mercado, la escena, el lenguaje) (…) Esta es nuestra única arquitectura actual: grandes pantallas de donde se refractan los átomos, las partículas, las moléculas en movimiento. No es una escena pública, un espacio público, sino gigantescos espacios de circulación, de ventilación, de conexión efímera.
Ya no estamos en el drama de la alienación, sino en el éxtasis de la comunicación. Y este éxtasis sí es obsceno. Obsceno es lo que acaba con toda mirada, con toda imagen, con toda representación. No es sólo lo sexual lo que se vuelve obsceno: actualmente existe toda una pornografía de la información y la comunicación, una pornografía de los circuitos y las redes, de las funciones y los objetos en su legibilidad, fluidez, disponibilidad y regulación, en su significación forzada y en sus resultados, sus conexiones, su polivalencia, su expresión libre…
Ya no es la obscenidad de lo oculto, reprimido, oscuro, sino de lo visible, de lo demasiado visible, de lo más visible que lo visible, la odscenidad de lo que ya no tiene secreto, de lo que es enteramente soluble en la información y la comunicación.
El cuerpo como escena, el paisaje como escena, el tiempo como escena desaparecen progresivamente. Lo mismo ocurre con el espacio público: el teatro de lo social, el teatro de lo político se reducen cada vez más a un gran cuerpo blando y a unas cabezas múltiples. La publicidad, en su nueva versión, ya no es el escenario barroco, utópico y extático de una visibilidad omnipresente de las empresas, las marcas, los interlocutores sociales, las virtudes sociales de la comunicación. La publicidad lo invade todo a medida que desaparece el espacio público (la calle, el monumento, el mercado, la escena, el lenguaje) (…) Esta es nuestra única arquitectura actual: grandes pantallas de donde se refractan los átomos, las partículas, las moléculas en movimiento. No es una escena pública, un espacio público, sino gigantescos espacios de circulación, de ventilación, de conexión efímera.
Ya no estamos en el drama de la alienación, sino en el éxtasis de la comunicación. Y este éxtasis sí es obsceno. Obsceno es lo que acaba con toda mirada, con toda imagen, con toda representación. No es sólo lo sexual lo que se vuelve obsceno: actualmente existe toda una pornografía de la información y la comunicación, una pornografía de los circuitos y las redes, de las funciones y los objetos en su legibilidad, fluidez, disponibilidad y regulación, en su significación forzada y en sus resultados, sus conexiones, su polivalencia, su expresión libre…
Ya no es la obscenidad de lo oculto, reprimido, oscuro, sino de lo visible, de lo demasiado visible, de lo más visible que lo visible, la odscenidad de lo que ya no tiene secreto, de lo que es enteramente soluble en la información y la comunicación.
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