viernes, septiembre 24, 2010

Magnetismo

Llegaba de madrugada y escuchaba mis casets en la radio, encerrado en la pieza. Como aún estaba ebrio y olía a alcohol, iba por un vaso de agua, me lavaba los dientes y me dejaba puesto un pantalón viejo y una polera desteñida que usaba para dormir. Escuchaba las canciones que grababa desde la radio, imaginando un programa fantasma, conducido por un personaje azaroso, perdido en la niebla de aquellas horas cercadas por el silencio. No fueron mis primeros experimentos radiales, ni serían los últimos. De niño inventaba historias que no alcanzaba a poner por escrito, pero que en la vieja radio grabadora conseguían configurarse llenas de sentido, mundos fonéticos a los que aquel sonido oscuro, terroso, ajeno, daba textura, personalidad. Y parecía tan cercana la posibilidad de hacer llegar las palabras a otros cuantos, siempre de noche (era la única manera en que se podía concebir) y como un susurro llegando desde muy lejos. Quizás ahora, con más facilidades, se me hace una actividad demasiado transparente y descubierta; las twitcams y podcast no son de una gran visibilidad mediática, pero alcanza para borrar los rincones de complicidad que antes parecían imposibles.

Viernes. Sábado. A veces llegaba más temprano o simplemente no salía, y entonces me quedaba leyendo, apoyado contra la pared como estoy ahora. También tomaba nota de las líneas de tiempo construidas de manera salvaje en los viajes en micro, completadas cuando legaba la noche y no había otra cosa que pensar. Los mundos que fui creando se convirtieron, después, en la arena para los juegos de rol que jugué como director. Tenía un cuaderno de personajes que maduraron conmigo, algunos desaparecieron, otros quedaron adheridos a los cuentos permanentes.

Me gustaban las cosas sencillas como aquella y hay algo en esto que se revela como lo esencial, como la dirección de la brújula que llevo dentro. Para comunicar, hay que volver a la soledad, a la oscuridad eléctrica de nuestro propio soundtrack.

viernes, septiembre 17, 2010

La Mar

Llueven las naves furiosas, embriagadas del Atlántico. Es la matria que olvidó los naufragios y cristalizó la tragedia de los pueblos, la mar que en días más aciagos detuvo la sangre de la ciudad sumergida. La noche golpea en su pecho y se detiene el funcionamiento de la maquinaria pesada. Los esclavos izan la bandera, oyendo el clamor arquetípico.

miércoles, septiembre 01, 2010

Gárgolas

Después de un rico almuerzo y antes de volver a estudiar, dedicaré algunos minutos a contarles parte del sueño que tuve anoche:

Vivo en una casa enorme, tiene pasillos secretos y oculta misterios; una tarde en que se realiza una reunión familiar, me ausento por un momento, las voces se multiplican, las risas van de una habitación a la otra, los niños pequeños juegan a las escondidas. Desde una ventana vigilo la calle y tengo una visión sobrenatural, este lugar, sobre el que está construida la mansión, perteneció a un rey medieval, y el cerro sobre el que se yergue el edificio tiene túneles subterráneos y húmedos calabozos. Llueve y la visión se hace más portentosa; en lugar de encontrarme en mi salón habitual, me veo al interior del castillo, me parece ver a una figura espiándome tras las ventanas. Vuelvo a la realidad de un sobresalto, el viento de tormenta agita los vidrios, caen rayos en una de nuestras instalaciones eléctricas. Bajo con rapidez hasta la biblioteca y saco los libros de los anaqueles, fuera de mí, poseído por una extraña sensación de no pertenecer a este tiempo, entonces descubro uno de aquellos pasillos soñados y entro en una enorme alacena termina en forma triangular hacia una puerta de hierro, oigo ruidos tras ella y, al abrirla, no sin un gran esfuerzo corporal, dos cachorros felinos, de pelaje oscuro salen a recibirme, su cuerpo es diminuto y, sin embargo, dan grandes saltos, muestran garras afiladas y ostentan una extraña retuberancia sobre el lomo, aseguraría que se trata de algún tipo de pantera, pero sus ojos. Sus ojos expresan un fuego asesino. Pronto advierto que no estoy a solas y un viejo de barba y pelo cano me regaña con la mirada. Son gárgolas, me dice, muy pequeñas, y en algunos meses más serán enormes y con sus alas custodiarán nuestras tierras, pero por ahora deben permanecer encerradas para que la magia haga su efecto. Sin que me lo diga, me propongo devolver a estas pequeñas bestias al interior de la caverna que, ahora sé, se oculta tras la pesada puerta de hierro, pero es en vano, su fuerza supera con creces mis intentos, en cuanto tengo a una de ellas debo lanzarla al interior, pero antes de que consiga levantar a la otra, ya ha dado un brinco hasta la alacena. Algo no anda bien, los ruidos de tormenta llegan hasta donde me encuentro y las gárgolas se inquietan, parecen enfurecidas, una de ellas salta sobre mí, dándole arañazos a mi espalda, la otra sube por mi antebrazo hasta el cuello. Me hacen un daño terrible. Me siento caer. Vuelvo a la realidad del sueño y la reunión familiar. La lluvia amainó. Salgo a tomar aire, y en las paredes de esta antigua construcción las veo protegiendo la entrada principal, dos enormes panteras aladas, de piedra, la mirada terrible, los dientes sangrientos.