Llueven las naves furiosas, embriagadas del Atlántico. Es la matria que olvidó los naufragios y cristalizó la tragedia de los pueblos, la mar que en días más aciagos detuvo la sangre de la ciudad sumergida. La noche golpea en su pecho y se detiene el funcionamiento de la maquinaria pesada. Los esclavos izan la bandera, oyendo el clamor arquetípico.
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