miércoles, septiembre 01, 2010

Gárgolas

Después de un rico almuerzo y antes de volver a estudiar, dedicaré algunos minutos a contarles parte del sueño que tuve anoche:

Vivo en una casa enorme, tiene pasillos secretos y oculta misterios; una tarde en que se realiza una reunión familiar, me ausento por un momento, las voces se multiplican, las risas van de una habitación a la otra, los niños pequeños juegan a las escondidas. Desde una ventana vigilo la calle y tengo una visión sobrenatural, este lugar, sobre el que está construida la mansión, perteneció a un rey medieval, y el cerro sobre el que se yergue el edificio tiene túneles subterráneos y húmedos calabozos. Llueve y la visión se hace más portentosa; en lugar de encontrarme en mi salón habitual, me veo al interior del castillo, me parece ver a una figura espiándome tras las ventanas. Vuelvo a la realidad de un sobresalto, el viento de tormenta agita los vidrios, caen rayos en una de nuestras instalaciones eléctricas. Bajo con rapidez hasta la biblioteca y saco los libros de los anaqueles, fuera de mí, poseído por una extraña sensación de no pertenecer a este tiempo, entonces descubro uno de aquellos pasillos soñados y entro en una enorme alacena termina en forma triangular hacia una puerta de hierro, oigo ruidos tras ella y, al abrirla, no sin un gran esfuerzo corporal, dos cachorros felinos, de pelaje oscuro salen a recibirme, su cuerpo es diminuto y, sin embargo, dan grandes saltos, muestran garras afiladas y ostentan una extraña retuberancia sobre el lomo, aseguraría que se trata de algún tipo de pantera, pero sus ojos. Sus ojos expresan un fuego asesino. Pronto advierto que no estoy a solas y un viejo de barba y pelo cano me regaña con la mirada. Son gárgolas, me dice, muy pequeñas, y en algunos meses más serán enormes y con sus alas custodiarán nuestras tierras, pero por ahora deben permanecer encerradas para que la magia haga su efecto. Sin que me lo diga, me propongo devolver a estas pequeñas bestias al interior de la caverna que, ahora sé, se oculta tras la pesada puerta de hierro, pero es en vano, su fuerza supera con creces mis intentos, en cuanto tengo a una de ellas debo lanzarla al interior, pero antes de que consiga levantar a la otra, ya ha dado un brinco hasta la alacena. Algo no anda bien, los ruidos de tormenta llegan hasta donde me encuentro y las gárgolas se inquietan, parecen enfurecidas, una de ellas salta sobre mí, dándole arañazos a mi espalda, la otra sube por mi antebrazo hasta el cuello. Me hacen un daño terrible. Me siento caer. Vuelvo a la realidad del sueño y la reunión familiar. La lluvia amainó. Salgo a tomar aire, y en las paredes de esta antigua construcción las veo protegiendo la entrada principal, dos enormes panteras aladas, de piedra, la mirada terrible, los dientes sangrientos.

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