Las personas tienden (pero hay que decir “tendemos”) a complicarse la vida, acostumbrados a una mímesis de larga data, de un teatro particular, imitación de lo imitado, exageración de los rasgos y la actitud; por eso los dioses, creados a imagen y semejanza nuestra, convertidos en el pulso de la historia, poseen el estatus de referencia, o de marca, dicho de otro modo. Esta virtualidad real, más bien proyecto que proyección, incuba la posibilidad de todas las causas, un punto Aleph susurrándonos, desde ninguna parte, que en esa complicación estriba nuestra capacidad de ser.
4 comentarios:
No puedo más que ponerme de pie y romper en sordos aplausos, que reproducen parte de esa angustia por derrotar la infamia de la irreflexión.
Un abrazo, se le estima.
Caro.
Creo que la virtualidad divina es más un reflejo de nuestros anhelos que lo que describes... Me has dado una nueva reflexión. Gracias
Visto así, también podríamos pensar la irreflexión como una cierta falta de "espíritu" (¿cuál?) :O
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