sábado, diciembre 12, 2009

Temporis

Escribir desde la sombra, a orillas del tiempo fugitivo.

Sentados, en el banco de una plaza, te digo que así funciona esto, y nada más; conciencia Zen. Imagina que, de pronto, despiertas. Es decir que tienes la misma sensación que al despertar, pero justo antes de darte cuenta, un silencio corporal, pero no es un silencio, precisamente, y tampoco es sólo eso. Es el espacio de tiempo de una calma furiosa, de un temple enorme que se pasea por delante y que somos incapaces de asir; él, en cambio, nos atrapa, sin conciencia ni significado. Es una huella que identificamos con el sentido, es el mar cuando te paras sobre el extremo del muelle y cierras los ojos y el viento baila en tus entrañas, tus cabellos se mecen en armónica desfiguración.

Va y viene en una cadencia irresuelta. No hay, sino, una disolución, te digo, que nos desarma para oir desde nuestra fragmentación.

El gorjeo de las pequeñas aves nos trae, distrae y atrae hacia el despejado cielo azul. Al levantarnos me pregunto por los instantes infinitos de la escritura inscrita en nuestros cuerpos.

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