lunes, febrero 08, 2010

Espiral

Esta será la entrada más larga que haya escrito jamás en el espacio flotante de la red (espacio definido por un conjunto de signos reunidos bajo mi regencia). Es el dictado no aleatorio de mi conciencia, un profundo ejercicio reflexivo en el que pretendo extenderme de manera no acostumbrada. Mi pensamiento, expuesto, desnudo, como se le conoce desde dentro. Entrada larga, en espiral, resorte capaz de contener energía en su compresión, exégesis del pensamiento de la dimensión temporal de una palabra 2D.

Frente a la velocidad, encargada de anular el espacio y extender las conexiones infinitamente, frente a la neurosis colectiva y su polis desefrenada, estética especular, espejada a la sombra de quienes habitamos en ella sin tener parte en su discusión, frente a la pornografía de los sentidos y la máscara ritual desplazada fuera del juego, frente al triste deceso de todo lo sagrado, debe erguirse el verbo. Sin embargo, no quemaremos las naves.

- Tampoco construiremos otras naves - pienso, de pie en el metro. Hace calor y preferiría un viaje a solas en un vagón vacío. Pienso las rutas y caminos posibles, pienso el silencio, pienso el ligamento ciliar y la profundidad de tus ojos. Bajo el Salvador, pero también en Baquedano y Tobalaba (pero de estos trenes ya no se baja uno, más bien se sube hacia el andén, bajar o subir al tren se confunden). Subo en cada una de las posibilidades, combino hacia la infinitud. Cruzo el puente arqueado, a un lado del café literario de Salvador, combino en Tobalaba hacia el sur, voy hacia el norte desde Baquedano. Llego a Pío Nono desde Santa María, bajo en Bellas Artes y sigo hacia el sur. No construiremos otras naves; los pasos quedarán marcados en el mapa y al verlos descubriremos los rincones que nunca hemos pisado, el espacio nunca habitado por nuestro peso. Deconstruiremos la ciudad y arrancaremos la substancia social. Cuando llegué a Santiago no imaginé que decantaría por una poética de sus calles, tampoco es que pensara mucho en esos términos, pero sí soñaba la intuición de lo que ahora es una forma viva, palpable. No había internet ni celulares, toda la diversión estaba en los mundo imaginarios de la infancia, y la comunicación era entrar en el mundo de los otros. Jugar es un principio de integración social, de configuración de mundo: aceptar las reglas, aprender, modificar, recrear. El juego me tiene andando entre las estaciones Pedro de Valdivia y Los Leones, mirando al espejo que se crea en el vidrio de la puerta, hacia el resorte infinito que nos trae de vuelta al nosotros. La miro sin que me mire, sin que ella (la del espejo) vea al de acá; si me sonríe sabré que aparenta una sonrisa a espaldas mías, si volteo la cabeza, la veré estudiándose la punta de los pies o haciéndome frente. Si me hace frente debo ser un tigre agazapado y observar el simulacro hasta acabar el trayecto. Nadie gana, sino que reimos. El juego, como el tiempo, termina por diluirse hasta confundirse con la realidad.


La ciudad también debe ser el puerto, Valparaíso, ciudad natal. Recorrer el espacio orquestado entre los cerros, el color de las costumbres, el horizonte marítimo impregnado como tinta a orillas de la playa, sobre las rocas, en los hilos que conducen como calles hasta el corazón del cerro Placeres, donde se tejió mi infancia, el lugar de mis padres y abuelos, donde conocí a Daniel, amigo natal, forja de una amistad en la dualidad Piscis-Aries. Los bosques eran lo suficientemente grandes para mis sueños, para imaginar el mundo y reconstruirlo. Viajaba desde Concepción a Valparaíso, a veces tomábamos el tren hasta Santiago y luego un bus. Le tengo mucho cariño a los trenes, al mural de la estación en Concepción, a los viajes nocturnos, mirar por la ventana hacia la oscuridad espesa. En el metro hay una oscuridad invisible, las luces configuran un día-noche permanente, aquí no hay tiempo, como tampoco lo hay en los besos, como en la infancia, como en el sueño. Pienso en la tierra que embarró mis manos y ropas, pienso en la tierra nata y la metáfora de dos amantes (o enemigos) que desataron los nudos de nuestra historia.

Nuestra tierra nata


Amanecer florente

de nahuel y somoros

en la tierra nata

solvaturas iqueístas

hora hora hora

aclamación fija de tu geografía / emerge tu voz / hermante

ordena el cosmos de tus costumbres / hasta la ensaña corriente / ósea

Somoros somorifa de sur a norte / (re)verberancia

Nahuel ocre y otiliza

Sum sum sum

Se figura la carne / masiva / de todos los fuegos


Los fuegos queman la carne y sé que nuestra historia íntima se replica fractalmente en la ciudad, en el país, en las guerras y el arte primitivo, en las disputas de los dioses y en la novela jamás escrita de todos mis encuentros, del amor y el dolor, de mis reflexiones soberanas acerca del poder. Al final, todo se reduce a amar, he mencionado; motor del mundo antes de su corrupción sobre nuestro cuerpo. Cuerpo de nuestra escritura: las palabras pueden provocar un daño terrible y, sin embargo, también pueden sanar. Hay lecturas que sanan el alma y traen felicidad; las diversas lecturas que hacemos del mundo cambian nuestro modo de movernos en él. Porque nos movemos de acuerdo a lo que vemos, a cómo leemos, curiosa paradoja pues la habilidad para leer ha adaptado un recurso motriz de nuestro cerebro.




El espectro visual de toda sensibilidad es una aproximación semántica. Es decir que al escribir las cosas que uno percibe, cambian de tono, de color, se organizan en la estructura gramatical (generativa, si tal cosa existe) y adquieren otra fuerza. Cierto día, un sabio monje tuvo un sueño: un hermoso caballo negro era devorado por las hormigas, mientras la sombra de un árbol se alargaba poco a poco hasta cubrir toda la escena, al despertar el monje sintió que era incapaz de oír cualquier cosa pero fue algo pasajero. El sueño íntegro quedó documentado en un extenso libro chino, pero la interpretación (si acaso hubo alguna) se perdió con los años, desfigurándose en la tradición oral. Cosas como éstas nunca acabaremos por entenderlas. Entender es similar a darse imágenes de cómo yo veo el mundo que me rodea, cómo adopta una forma tras la velocidad. 7 de junio del 2003, la plaza a oscuras, ninguna luz que nos proteja de lo inevitable, se oyen autos y buses, está oscuro pero no tememos a nada. 3 de enero del 2002, la fila era enorme en el cine, ese día se mezcla la tragedia del llanto con la fabulosa vida infantil-adolescente. 13 de febrero del 2006, solo y ausente, me levanto y termina la hospitalización, el dolor continúa ahí, todo el dolor. Septiembre, año 2000, el temor de verme enfrentado a crecer, de verme sin la voluntad que quería, ese año decidí ser fuerte y no dejarme vencer, un niño que llora y lee en silencio, no dejarse vencer. No dejarse vencer, no dejarse vencer. 1995, llegué a Maipú, cuna de la patria, dicen. El padre, la guerra y la sangre. Maipú me vio emerger a la ciudad, salir de caminatas cuando aprendía que, de cierta forma, el colegio no era para mí, que mi educación pervertía mi discurso infantil, que aborrecía la autoridad. Fue ahí cuando pensé en hacerme un profesional del rasgado de vestiduras. El niño contra el mundo, quien deja de creer en la bipolaridad de los adultos, las peleas y el fastidio. Contra el mundo, pero hacia el mundo, ese que te cobija cuando tienes miedo. El amor infantil, el amor romántico y el amor platónico, la sexualidad, que sin ser descubierta, aparece sublimada en lo que será. Rendirse al canto femenino, rendirse a la seducción, o seducir. Ser el aparecido, el fantasma de tus sueños y encarnar el deseo. Septiembre, Octubre, 2006, la casualidad de los bordes, el escenario perfecto de la coincidencia, el cine y las canciones, más de un capítulo dedicado a la convergencia, Valparaíso, el aroma de los viajes, Viajantes, errantes o encontrados, las huellas en la arena, la cintura de tus muelles, miro tus manos y las mías para averiguar si podrían amarse (conocer a las personas por sus manos es mi secreto), recorrer tu piel giorni dell'amore la causa perfecta para que quede todo en su sitio las caricias las aproximaciones el pudor la alegría los besos. Diciembre, 2005, el desencuentro de una espera. Mirar las estrellas, sentarme en la ventana mientras esbozaba una carrera universitaria como si ella fuese una posibilidad real de algo. Algo, algo, yo no sé, determinar qué es lo que quiero hacer, me equivoqué, ¿no? la carrera intelectual no se lleva muy bien con el discurso de la eficiencia. También pensé en dejar todo.


Mi pensamiento es como una espiral permeable al tiempo, disecando la memoria en momentos eternamente configurables, y mientras viajo (soy viajante y no viajero) en el metro y todas las rutas posibles, pienso en tí, en nosotros y en todos, en el fin del mundo y los perros, los espejos, las caricias, el circo, los tigres, el viento, las playas; pienso en el tren que avanza por su izquierda, la historia de Esteban y Beatriz, mis sueños ajenos, la verdad, la vía láctea, la sala de cine. La sala está a oscuras y la proyección nos confunde con su luz, somos la sombra de la pantalla, el umbral de pertenencia. Hace frío y quisiera abrigarte con todo mi cuerpo. Hace frío y miro mis manos como de costumbre, intentando, acaso, averiguar en ellas el tacto de nuestra vida. La pantalla, hacia el fondo, desliza nuestras miradas en una inclinación que nos hace pensar en el vacío, como si fuéramos a ser tragados por el escenario.


Soy Antoine, el que ha sufrido los golpes, el que ha amado, el que corre. Mi refugio es la palabra. Soy la seducción contra la pornografía informática. Soy el velo de la críptica que se enuncia, que renuncia,


Res

Ser

Soy Antoine

Soy el verbo

Soy en tus entrañas y en tu cuerpo desnudo

Baila sin son el ritmo de las cosas / que emergen / tibias

Baila el cadalso tu memoria / baila para mí / sin mí / un poquito

Res / rez-de-chaussée / danse moi

Como si todo el mar / como si todo el mar


Me encantan las bibliotecas y librerías, las plazas públicas y los parques, los cafés y la playa. Me gusta caminar hacia el noreste, dar vueltas hacia la posibilidad. Amo subir y bajar cerros, atravesar la vegetación o el desierto. Construir y desmembrar los espacios, el tiempo. Sonrío al ver los rostros en la oscuridad, del cine, de los bares, a lo lejos. Veo hacia lo lejos y pienso en línea recta. Un tigre blanco deambula por la ciudad.