lunes, febrero 28, 2011

Navegaciones

[Reflexiones personales mientras trabajo]

Los primeros días del 2011 consistían, esencialmente en levantarme temprano a correr, leer, ver alguna película y salir con Melinka. Sin trabajo y con intenciones de hacer algo productivo, decidí continuar la idea original de Otro y seguir escribiendo de acuerdo a mi secreta vida diaria personal.

Pero luego, y dando un giro interesante, una sucesiva búsqueda de prácticas profesionales me llevó a realizar la segunda y la tercera de la carrera en periodos adjuntos, casi solapados.

Enero fue trabajar-practicar en el ISCI, principalmente temas relacionados con SSAFR

En febrero crucé la calle, literalmente, a pasos del departamento de ingeniería industrial, a la Fundación Superación de la Pobreza y comencé a redactar un manual útil para los profesionales que este año integren Servicio País. Hay tanto por hacer y mi colaboración aparece como un producto tan mínimante parte de todos el programa que lenta pero decididamente cobra fuerza la idea de introducirme en esta dimensión social.

Finalizando el mes, fuimos con Melinka, a Buenos Aires por 6 días. Nos dedicamos, principalmente a recorrer la ciudad que fue fundada dos veces, sorprendiéndonos con la vertiginosa galería de sus enormes edificios, con sus calles apretadas y la agitada vida nocturna bonaerense. Nos llovió en ráfagas el cielo y la cultura viva, recreamos la vida diaria con los viajes en colectivo y subte (a 1.25 y 1.10), aprendimos del cuidado culinario de las pizza a la piedra, fugazzetas, pastas voluminosas y helados artesanales. Pese al poco tiempo, aprendimos el movimiento del transporte, cómo pedir el queso laminado, el acento argentino de los chinos, cómo comprar en los almacenes, que la lluvia viene y va, pero a veces sólo viene y viene y sigue viniendo, que el barro de río es pegajoso como la greda, que tenemos cara de bien chilenos (ché, vamoh a tomarmoh una chela, altiro, chileno), que las tiendas de diseño pueden tener como vecinas a panaderías, tiendas de antigüedades, departamentos y farmacias. Y como sucede en cada ciudad a la que viajamos, decidimos irnos a vivir a la capital federal.

Luego vino el matrimonio de la Pauli en Lo Miranda (Rancagua), horas después de que llegamos a Santiago el sábado 26.

El lunes volví a trabajar y la práctica se extiende en paralelo con mis primeras dos semanas de clases. El martes en la noche viajamos a terreno en grupo a la región del Bío-Bío para aterrizar el material que hemos producido y para recibir el insumo informativo de los profesionales que se encuentran actualmente en actividad (fuimos a Arauco y a Curanilahue). Mi tarea actual es sistematizar la información que obtuvimos y generar un informe anotando las correcciones que haremos a nuestro trabajo. Creo que viajar a Concepción después de casi 15 años de no visitarlo tuvo un efecto que aún no alcanzo a comprender, aquella ciudad que en mi infancia aparecía tan grande y fragmentada, hoy es un pequeño universo ordenado y pequeño, más aún al hacer la evidente comparación con la gran ciudad argentina; un pequeño remezón me despertó en el hotel en el que nos alojamos y tuve la certeza de que la fuerza de la tierra sigue comunicándonos un destino nacional. Barros Arana, Ramón Freire, el colegio San Pedro Nolasco, la Universidad de Concepción, el jardín infantil de mis primeros juegos, el parque Ecuador, la plaza Perú, Chacabuco, Caupolicán, Lincoyán, Serrano, el terminal de Collao, el río Bío Bío, Arauco y sus penas posmodernas, la pobreza de Lebu y Curanilahue, las comunidades lafkenches, la cercanía de la isla Mocha, las forestales, las cadenas productivas, los municipios en convenio o enfrentamiento, el resentimiento original y la verdadera desconfianza, el asistencialismo y la desidia, la intervención efectiva. Personas, ciudades, nación y narración. Nación y Narración


miércoles, febrero 02, 2011

Exposiciones

Mirarse desde fuera es una tarea compleja, o imposible, quizás. Pero podemos acercarnos a ello. ¿Para qué? Para mantener el trabajo (interior) como una constante de vida, junto a la reflexión conciente. Demos por descontado que tenemos puntos ciegos respecto de nuestra propia imagen, somos incapaces de ver en cierta dirección externa, mientras los demás podrán ver sin dificultad aquella expresión. Es así, o se configura así en nuestro desarrollo, porque necesitamos tenernos como una pieza tangible, completa y compacta, nos casamos con una idea de nosotros mismos y si no somos flexibles nos quedamos para siempre en ese estado.

Por eso prefiero no juzgar (moralmente hablando) a quien actúa en relación a lo que siente que es, a lo que cree que es. Considero un poco más noble y con mayor sentido para mí, juzgar, criticar y analizar los actos vivos de las personas, ellos son aislables, pertenecen a un contexto muy definido y nos dan la libertad de diferenciarlos del individuo.

Es probable que escriba esto a modo de justificación. No antes ustedes (lo dudo, por la mínima cantidad de lectores que me visitan), sino ante mí mismo.

Toda la exposición - pornográfica - que hacemos de nuestras vidas no me parece, en absoluto, repudiable, la considero más que un simple fenómeno de interés y de eso se puede escribir y hablar tanto como quieran. Bajo observación evidente y mi propia experiencia, uno de los efectos claros es que nos volvemos más preocupados de la imagen que proyectamos, predominando una aspecto de forma más que de fondo (no me sorprende la técnica y pulcritud del diseño personal de todas aquellas ventanas virtuales).

No niego las bondades de la fantástica hiperconexión de la que nos hemos visto provistos de pronto (aunque no todos, con toda la incomodidad que eso deba generar), admiro la facilidad con la que nuestra mundo propio se convierte en el mundo de los demás, consiguiendo un tejido polifónico rico en vivencias diversas y experiencias a las que, de otro modo, sería imposible acceder (sin olvidar que en ese acto mágico estamos marginando y silenciando otras voces). Pero también advierto dos peligros:

1. Preocupados de la proyección, ya holográfica y artifical, que damos de nosotros a los demás, dejamos de observarnos realmente, dando lugar a la confusión entre dos seres diferentes. Esto no puede generar otra cosa que contradicción, porque si no se entiende racionalmente este fenómeno, nuestr sensibilidad se reciente al percibir las enormes brechas entre aquel personaje que ríe en la foto y ese otro que es el cotidiano, el real. Más aún, podemos caer en el juego de perseguir a ese otro, buscándolo como si fuera un yo perdido, más real que el que llevamos día a día.

2. Otra posibilidad es que, invadidos por esa sensación, no queramos tener nada que ver con las redes sociales, ni con el acicalamiento de nuestra imagen. Pero no podemos obviar su existencia, el asunto de la imagen tampoco terminará en tal cruzada anti-social. Lo peor de esta tentativa es creer que hay que dejar de exponerse. Nada más lejos de lo que estoy diciendo. Sin la exposición, rápidamente se acabaría el arte, la ciencia y la reflexión crítica.

La palabra peligro es, intencionalmente, lo que mejor describe estas consecuencias. Me interesa, profundamente, que nuestra exposición no se contamine del ego exagerado y que nuestra vida no se quede en el artificio de un yo fantasma.