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lunes, diciembre 05, 2011

Actuar

Del actuar cristiano en la Teología de la Liberación, otro extracto:

Así el actuar cristiano no puede limitarse al asistencialismo benéfico (dar alimentos), ni tampoco al desarrollismo paternalista (ayudar a la promoción de los países subdesarrollados, hasta que puedan imitar a los países desarrollados), sino (que debe) apoyar al pueblo en sus organizaciones para conseguir una transformación estructural en orden a una sociedad justa y libre.

Esta es la forma de actuar que Puebla propone, siguiendo al Vaticano II:

Es de suma importancia que el servicio de los hermanos vaya en la línea que nos traza el Concilio Vaticano II:

1) Cumplir, antes que nada, las exigencias de la justicia, para no dar como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia;
2) suprimir las causas y no sólo los efectos de los males;
3) organizar los auxilios, de tal forma que quienes los reciben se vayan liberando progresivamente de la dependencia externa;
4) y se vayan bastando por sí mismos (Puebla 1146)


domingo, septiembre 11, 2011

Hegemonía cultural

“En un mundo regido por la ley del más fuerte, como es el mundo en el que el capitalismo nos obliga a vivir hasta ahora, es previsible que aquello que circula con carácter de universalidad no sea una distinción acordada sino la expresión de una particularidad. El actual proceso de globalización, sin ir más lejos, no es un proceso de universalización, como a menudo se nos quiere hacer creer, sino que es el proceso de la extensión por la fuerza (la del dinero o de las armas, lo mismo da) de una particularidad, la del capitalismo internacional, y del tipo de sociedad y del tipo de política y del tipo de cultura que con él se asocian.”

Postcolonialidad y nación (fragmento), G. Rojo, A. Salomone, C. Zapata


Manifestarse contra aquella hegemonía debe ser un imperativo moral en la construcción de una sociedad humana más justa.


sábado, septiembre 10, 2011

10 años

Comparto un fragmento de mis privadas anotaciones diarias, así que, sea la aclaración, las reflexiones van en una dirección muy personal, buscando más bien el registro y las narraciones propias:

Sábado 10 de septiembre

Ayer se dijo públicamente que se identificaron los restos de Felipe Camiroaga. Se encuentran restos, fragmentos, porque el total se pierde como cualquier totalidad que así se defina. Los numerosos reportajes y notas que se le han dedicado muestran el profundo impacto que tuvo y sigue teniendo en la vida de chilenos y chilenas. Cuando nos enfrentamos a las imágenes hay que tener cuidado, sin embargo. La nuda sensibilidad no es lo mismo que la pornografía del cuerpo, de los cuerpos. Cuando intento despejar lo que verdaderamente siento al respecto, rescato una pena real, que siendo así, prefiero vaciarla en otras mutilaciones, también reales, crudas y fugaces. Porque todos somos vulnerables -recuerda que has de morir- pero algunos han sido históricamente más vulnerables que otros, sin dedicatorias ni recuerdo, algunos incluso borrados de la cultura, olvidados.

Los olvidados son, por supuesto, reconocidos por quienes defienden las ideas humanas (y no necesariamente humanistas) de libertad y dignidad. Sin embargo, para una inmensa mayoría, los olvidados no tienen rostro. El epíteto es una contradicción, naturalmente, que busca articular una forma de pensar(los).

Hace diez años, nadie esperaba que dos aviones se estrellaran contra las Twin Towers, al día siguiente. Hace diez años era difícil imaginar las transformaciones que han tenido lugar en esta década, y sería una vana tarea describir aquellas que a me interesan a mí. Hace diez años yo creía en el futuro como se puede creer en las montañas o en un día de lluvia, es decir, realidades inmutables cuya materia se cree conocer porque se les ha visto desde lejos o en el pasado, pero que sorprenden (o me sorprenden) en su poderosa vitalidad. La realidad supera las ficciones de la historia. Hace diez años, los espejismos del mundo se debilitaron a fuerza de preguntas. ¿Qué valor adicional tenían las vidas de las víctimas del atentado por sobre la de los olvidados, que hacía a unos merecedores de respeto, a quienes dedicamos el silencio, y a otros convertía en silenciados?

Seguimos derramando silencios en las fracturas de la historia, en cuyos senderos sumergidos van a morir las preguntas.

Palestina

Entonces me dirigí a los soldados israelíes. En principio, se negaron a hablar ante una cámara y un micro. Pero yo insistía y tuve la suerte de encontrar a uno que parecía estar incómodo con todo ese asunto, aunque afirmaba obedecer órdenes. “¿Se dan ustedes cuenta de que es injusto arrebatar la tierra a los campesinos sin defensa?” Respuesta: “No es su tierra. Pertenece al Estado de Israel”. Le recordé que, sesenta años atrás, en Alemania, se habían utilizado los mismos argumentos contra los judíos. Y que, ahora, los judíos se servían de ellos contra los palestinos. Se fue evitando responderme.

Palestina no ha desaparecido (fragmento), Edward W. Said


domingo, junio 26, 2011

Imperialismo

Encima de monturas de catástrofes, cabalgan las bombas ladrando el asesinato de la Humanidad.

Huyen las gentes a las alcantarillas de acero de la imaginación, en donde el hombre deforme con cerebro de furor infantil se esconde después de haber soltado los perros del infierno a las ciudades y los trigales del universo, y los niños chiquitos se agarran a los pechos viciados o acuchillados de las grandes y épicas madres.

Asoma la cara oblicua de terror su faz roñosa y las máscaras del ser aúllan en la soledad de los siglos a la carroña del Estado burgués.

Los hocicos ensangrentados del gran capital imperialista lamen la pata de la guerra; los envenenadores públicos de la bomba-atómica infestan la tierra y los océanos, hacen el aire irrespirable, ensucian las aguas asesinando la fauna marina, acorralada contra la materia letal y las antes ilustres aves de “Dios” se caen de cabeza al infinito terriblemente amarillo; un tremendo cáncer nos azota como el huracán de los últimos días del hombre; Caín empuña la quijada el asno colosal y aterra las criaturas intimidadas por un Marte borracho y ensangrentado que come dólares y almas; el hocico de los cañones va a vomitar muerte y lágrimas grandes.

Los prólogos premonitorios a la caída del imperialismo (fragmento) - Pablo de Rokha



miércoles, febrero 02, 2011

Exposiciones

Mirarse desde fuera es una tarea compleja, o imposible, quizás. Pero podemos acercarnos a ello. ¿Para qué? Para mantener el trabajo (interior) como una constante de vida, junto a la reflexión conciente. Demos por descontado que tenemos puntos ciegos respecto de nuestra propia imagen, somos incapaces de ver en cierta dirección externa, mientras los demás podrán ver sin dificultad aquella expresión. Es así, o se configura así en nuestro desarrollo, porque necesitamos tenernos como una pieza tangible, completa y compacta, nos casamos con una idea de nosotros mismos y si no somos flexibles nos quedamos para siempre en ese estado.

Por eso prefiero no juzgar (moralmente hablando) a quien actúa en relación a lo que siente que es, a lo que cree que es. Considero un poco más noble y con mayor sentido para mí, juzgar, criticar y analizar los actos vivos de las personas, ellos son aislables, pertenecen a un contexto muy definido y nos dan la libertad de diferenciarlos del individuo.

Es probable que escriba esto a modo de justificación. No antes ustedes (lo dudo, por la mínima cantidad de lectores que me visitan), sino ante mí mismo.

Toda la exposición - pornográfica - que hacemos de nuestras vidas no me parece, en absoluto, repudiable, la considero más que un simple fenómeno de interés y de eso se puede escribir y hablar tanto como quieran. Bajo observación evidente y mi propia experiencia, uno de los efectos claros es que nos volvemos más preocupados de la imagen que proyectamos, predominando una aspecto de forma más que de fondo (no me sorprende la técnica y pulcritud del diseño personal de todas aquellas ventanas virtuales).

No niego las bondades de la fantástica hiperconexión de la que nos hemos visto provistos de pronto (aunque no todos, con toda la incomodidad que eso deba generar), admiro la facilidad con la que nuestra mundo propio se convierte en el mundo de los demás, consiguiendo un tejido polifónico rico en vivencias diversas y experiencias a las que, de otro modo, sería imposible acceder (sin olvidar que en ese acto mágico estamos marginando y silenciando otras voces). Pero también advierto dos peligros:

1. Preocupados de la proyección, ya holográfica y artifical, que damos de nosotros a los demás, dejamos de observarnos realmente, dando lugar a la confusión entre dos seres diferentes. Esto no puede generar otra cosa que contradicción, porque si no se entiende racionalmente este fenómeno, nuestr sensibilidad se reciente al percibir las enormes brechas entre aquel personaje que ríe en la foto y ese otro que es el cotidiano, el real. Más aún, podemos caer en el juego de perseguir a ese otro, buscándolo como si fuera un yo perdido, más real que el que llevamos día a día.

2. Otra posibilidad es que, invadidos por esa sensación, no queramos tener nada que ver con las redes sociales, ni con el acicalamiento de nuestra imagen. Pero no podemos obviar su existencia, el asunto de la imagen tampoco terminará en tal cruzada anti-social. Lo peor de esta tentativa es creer que hay que dejar de exponerse. Nada más lejos de lo que estoy diciendo. Sin la exposición, rápidamente se acabaría el arte, la ciencia y la reflexión crítica.

La palabra peligro es, intencionalmente, lo que mejor describe estas consecuencias. Me interesa, profundamente, que nuestra exposición no se contamine del ego exagerado y que nuestra vida no se quede en el artificio de un yo fantasma.

martes, octubre 12, 2010

12 de Octubre

Día de la raza o día del descubrimiento de dos mundos o día de olvidar 500 años de explotación. El rescate de los mineros desborda las pantallas y se convierte en tema obligado, la náusea que nos provoca su marketing (gubernamental) no es suficiente, seguiremos siendo abúlicos lectores de su espectáculo. La mediatización se hace negocio y se cierra el círculo productivo de la desgracia ajena.

lunes, octubre 11, 2010

Socialismo y cultura


Antonio Gramsci

[29-I-1916; I.G.P.; S.G. 22-26]


Nos cayó a la vista hace algún tiempo un artículo en el cual Enrico Leone, de esa forma complicada y nebulosa que le es tan a menudo propia, repetía algunos lugares comunes acerca de la cultura y el intelectualismo en relación con el proletariado, oponiéndoles la práctica, el hecho histórico, con los cuales la clase se está preparando el porvenir con sus propias manos. No nos parece inútil volver sobre ese tema, ya otras veces tratado en el Grido y que ya se benefició de un estudio más rigurosamente doctrinal, especialmente en la Avanguardia de los jóvenes, en ocasión de la polémica entre Bordiga, de Nápoles, y nuestro Tasca.

Vamos a recordar dos textos: uno de un romántico alemán, Novalis (que vivió de 1772 a 1801), el cual dice: "El problema supremo de la cultura consiste en hacerse dueño del propio yo trascendental, en ser al mismo tiempo el yo del yo propio. Por eso sorprende poco la falta de percepción e intelección completa de los demás. Sin un perfecto conocimiento de nosotros mismos, no podremos conocer verdaderamente a los demás".

El otro, que resumiremos, es de G. B. Vico. Vico (en el Primer corolario acerca del habla por caracteres poéticos de las primeras naciones, en la Ciencia Nueva) ofrece una interpretación política del famoso dicho de Solón que luego adoptó Sócrates en cuanto a la filosofía, "Conócete a ti mismo", y sostiene que Solón quiso con ello exhortar a los plebeyos --que se creían de origen animal y pensaban que los nobles eran de origen divino-- a que reflexionaran sobre sí mismos para reconocerse de igual naturaleza humana que los nobles, y, por tanto, para que pretendieran ser igualados con ellos en civil derecho. Y en esa conciencia de la igualdad humana de nobles y plebeyos pone luego la base y la razón histórica del origen de las repúblicas democráticas de la Antigüedad.

No hemos reunido esos dos textos por capricho. Nos parece que en ellos se indican, aunque no se expresen ni definan por lo largo, los límites y los principios en los cuales debe fundarse una justa comprensión del concepto de cultura, también respecto del socialismo.

Hay que perder la costumbre y dejar de concebir la cultura como saber enciclopédico en el cual el hombre no se contempla más que bajo la forma de un recipiente que hay que rellenar y apuntalar con datos empíricos, con hechos en bruto e inconexos que él tendrá luego que encasillarse en el cerebro como en las columnas de un diccionario para poder contestar, en cada ocasión, a los estímulos varios del mundo externo. Esa forma de cultura es verdaderamente dañina, especialmente para el proletariado. Sólo sirve para producir desorientados, gente que se cree superior al resto de la humanidad porque ha amontonado en la memoria cierta cantidad de datos y fechas que desgrana en cada ocasión para levantar una barrera entre sí mismo y los demás. Sólo sirve para producir ese intelectualismo cansino e incoloro tan justa y cruelmente fustigado por Romain Rolland y que ha dado a luz una entera caterva de fantasiosos presuntuosos, más deletéreos para la vida social que los microbios de la tuberculosis o de la sífilis para la belleza y la salud física de los cuerpos. El estudiantillo que sabe un poco de latín y de historia, el abogadillo que ha conseguido arrancar una licenciatura a la desidia y a la irresponsabilidad de los profesores, creerán que son distintos y superiores incluso al mejor obrero especializado, el cual cumple en la vida una tarea bien precisa e indispensable y vale en su actividad cien veces más que esos otros en las suyas. Pero eso no es cultura, sino pedantería; no es inteligencia, sino intelecto, y es justo reaccionar contra ello.

La cultura es cosa muy distinta. Es organización, disciplina del yo interior, apoderamiento de la personalidad propia, conquista de superior conciencia por la cual se llega a comprender el valor histórico que uno tiene, su función en la vida, sus derechos y sus deberes, Pero todo eso no puede ocurrir por evolución espontánea, por acciones y reacciones independientes de la voluntad de cada cual, como ocurre en la naturaleza vegetal y animal, en la cual cada individuo se selecciona y específica sus propios órganos inconscientemente, por la ley fatal de las cosas. El hombre es sobre todo espíritu, o sea, creación histórica, y no naturaleza. De otro modo no se explicaría por qué, habiendo habido siempre explotados y explotadores, creadores de riqueza y egoístas consumidores de ella, no se ha realizado todavía el socialismo. La razón es que sólo paulatinamente, estrato por estrato, ha conseguido la humanidad conciencia de su valor y se ha conquistado el derecho a vivir con independencia de los esquemas y de los derechos de minorías que se afirmaron antes históricamente. Y esa conciencia no se ha formado bajo el brutal estímulo de las necesidades fisiológicas, sino por la reflexión inteligente de algunos, primero, y, luego, de toda una clase sobre las razones de ciertos hechos y sobre los medios mejores para convertirlos, de ocasión que eran de vasallaje, en signo de rebelión y de reconstrucción social. Eso quiere decir que toda revolución ha sido precedida por un intenso trabajo de crítica, de penetración cultural, de permeación de ideas a través de agregados humanos al principio refractarios y sólo atentos a resolver día a día, hora por hora, y para ellos mismos su problema económico y político, sin vínculos de solidaridad con los demás que se encontraban en las mismas condiciones. El último ejemplo, el más próximo a nosotros y, por eso mismo, el menos diverso del nuestro, es el de la Revolución francesa. El anterior período cultural, llamado de la Ilustración y tan difamado por los fáciles críticos de la razón teorética, no fue --o no fue, al menos, completamente-- ese revoloteo de superficiales inteligencias enciclopédicas que discurrían de todo y de todos con uniforme imperturbabilidad, que creían ser hombres de su tiempo sólo una vez leída la Gran enciclopedia de D'Alembert y Diderot; no fue, en suma, sólo un fenómeno de intelectualismo pedante y árido, como el que hoy tenemos delante y encuentra su mayor despliegue en las Universidades populares de ínfima categoría. Fue una revolución magnífica por la cual, como agudamente observa De Sanctis en la Storia della letteratura italiana, se formó por toda Europa como una conciencia unitaria, una internacional espiritual burguesa sensible en cada una de sus partes a los dolores y a las desgracias comunes, y que era la mejor preparación de la rebelión sangrienta luego ocurrida en Francia.

En Italia, en Francia, en Alemania se discutían las mismas cosas, las mismas instituciones, los mismos principios. Cada nueva comedia de Voltaire, cada pamphlet nuevo, era como la chispa que pasaba por los hilos, ya tendidos entre Estado y Estado, entre región y región, y se hallaban los mismos consensos y las mismas oposiciones en todas partes y simultáneamente. Las bayonetas del ejército de Napoleón encontraron el camino ya allanado por un ejército invisible de libros, de opúsculos, derramados desde París a partir de la primera mitad del siglo XVIII y que habían preparado a los hombres y las instituciones para la necesaria renovación. Más tarde, una vez que los hechos de Francia consolidaron de nuevo la conciencia, bastaba un movimiento popular en París para provocar otros análogos en Milán, en Viena, y en los centros más pequeños. Todo eso parece natural, espontáneo, a los facilones, pero en realidad sería incomprensible si no se conocieran los factores de cultura que contribuyeron a crear aquellos estados de ánimo dispuestos a estallar por una causa que se consideraba común.

El mismo fenómeno se repite hoy para el socialismo. La conciencia unitaria del proletariado se ha formado o se está formando a través de la crítica de la civilización capitalista, y crítica quiere decir cultura, y no ya evolución espontánea y naturalista. Crítica quiere decir precisamente esa conciencia del yo que Novalis ponía como finalidad de la cultura. Yo que se opone a los demás, que se diferencia y, tras crearse una meta, juzga los hechos y los acontecimientos, además de en sí y por sí mismos, como valores de propulsión o de repulsión. Conocerse a si mismos quiere decir ser lo que se es, quiere decir ser dueños de sí mismo, distinguirse, salir fuera del caso, ser elemento de orden, pero del orden propio y de la propia disciplina a un ideal. Y eso no se puede obtener si no se conoce también a los demás, su historia, el decurso de los esfuerzos que han hecho los demás para ser lo que son, para crear la civilización que han creado y que queremos sustituir por la nuestra. Quiere decir tener noción de qué es la naturaleza, y de sus leyes, para conocer las leyes que rigen el espíritu. Y aprenderlo todo sin perder de vista la finalidad última, que es conocerse mejor a sí mismos a través de los demás, y a los demás a través de sí mismos.

Si es verdad que la historia universal es una cadena de los esfuerzos que ha hecho el hombre por liberarse de los privilegios, de los prejuicios y de las idolatrías, no se comprende por qué el proletariado, que quiere añadir otro eslabón a esa cadena, no ha de saber cómo, y por qué y por quién ha sido precedido, y qué provecho puede conseguir de ese saber.

miércoles, enero 13, 2010

Avatar y el cine

La primera película que vi este año fue Avatar, no fui al estreno, la vi en el CineHoyts de Estación Central y en 3D.

En principio, esta entrada podría tratarse de Avatar (la última película de James Cameron) y de algunas de las lecturas que hice de ella, pero tengo la impresión de que al mencionar la película estoy haciendo trampa, usándola como señuelo para hablar de mi afición por el cine y el pop corn. Porque si Nuovo cinema Paradiso funde a fuego emocional la experiencia de hablarle al espectador, Avatar lo hace en el lenguaje de las masas y de la técnica (misma que casi arrasa a los Na'vi). No digo que sean las únicas películas que interpelen al espectador como referencia constante, ni las más audaces ni mejor logradas del cine, pero sí puede decirse que ambas han sido capaces de hacer contacto con nuestra más íntima sensibilidad a través de historias sencillas y profundamente humanas. El argumento de Avatar podría resumirse en un par de líneas, y aunque el de Nuevo Cinema Paradiso es más sofisticado, no es más complejo que la nostalgia (inducida a través de una encantadora narración).

Menciono estas dos películas porque me permiten hablar del amor por el cine; o, mejor dicho, el amor por los dos cines, porque hay dos y debemos convenir en eso si queremos entendermos. El primer cine es el de Avatar, el de la taquilla, el vaso grande de bebida y el pop corn, el de los lentes 3D, trailers y "coming soon", es el cine de la sociedad de consumo, la tecnología y el capital, es -a veces- el cine de Hollywood y de las grandes estrellas, es una industria que mueve millones de dólares y nuestra cultura popular está impregnada por todas partes de su discurso, es el "pan y circo" contemporáneo. El segundo cine es el de Méliès y el de "Nuovo Cinema Paradiso", es el cine arte de pulcros diálogos literarios, el cine de la Nouvelle vague y la experimentación artística, es el riesgo (o el suicidio cinematográfico) y la intertextualidad, es el enfrentamiento al discurso hegemónico y la crítica (y quizás la clínica a través de la que se intenta salvar a la humanidad).

Ok, en realidad hice la separación sólo para provocarte un poco. La división, sin embargo, no es invención mía y data desde los comienzos del cine (a fines del siglo XIX). Actualmente, no podría ubicar con exactitud, en este esquema, a muchas de las grandes películas de los últimos años. Pero si nos quedamos con él (al menos hasta dejar esta entrada), es sorprendente la calidad y cantidad de buenas lecturas que pueden hacerse de una película como Avatar. Paréntesis. (Quizás deba aclarar, para quienes no están acostumbrados, que una lectura no es una interpretación, no es un "lo que quiso decir..." o un "se trata de...", sino más bien una interacción película-espectador única que trae consigo una serie de marcas (textuales) que dan sentido y coherencia a la representación que el espectador se hace continuamente (es decir, la metahistoria que se va narrando a sí mismo), persistiendo aún después de acabada la proyección; aquí prefiero no continuar expandiendo el tema, pero es bueno mencionar que hacer esto no es más o menos válido que cualquier otra propuesta de sentido).

***



Tras quince minutos luego de entrar en la sala de cine, una voz nos indica que ya es hora de usar los anteojos para ver el plano de la pantalla en tres dimensiones. Se apodera de nosotros el entusiasmo de la novedad y el efecto especial. Nos sumergimos en un mundo alternativo, junto a decenas de personas, pero sin ellas, sin prestarles demasiada atención. Nos hemos internado en la nave espacial del recinto privado del cine, adentro todo es oscuridad y algunas luces tenues. Comienza la película en aquel espacio exterior, a quizás cuantos años luz de distancia. Entonces nos vemos enfrentados al protagonista, Jake Sully, en un primerísimo primer plano, hablando para sí mismo, como si estuviésemos al interior de su mente, ¿somos una extensión de sus pensamientos? Su condición de lisiado nos arroja otra posibilidad: somos nosotros (o quizás sólo yo, solo entre la multitud invisible) los incapaces de levantarnos, de mover nuestras piernas para salir de la realidad virtual, anestesiados o dormidos en el sueño. Jake se inquieta porque confunde el sueño con la realidad, nuestra fantasía, percibida apenas gracias a una ilusión debida a la persistencia retiniana. Nuestra ilusión es el sueño de otra humanidad posible, pero al salir de la sala nuestra congoja será similar a la del marine que después de cada viaje comprueba el estado de su verdadero yo. Nuestro sueño es la u-topía a la que no tenemos acceso, es la imposibilidad de reconstruir la historia de la barbarie y la conquista de América. No se puede rehacer la historia, pero se puede resignificar, Hitler puede morir al interior de un cine en llamas, las llamas son de un fuego que ha abatido ciudades, pero que también es capaz de desarmar todos los discursos que creíamos construidos acerca de quienes somos y en donde estamos realmente. Y si estamos aquí, ¿dónde es ese aquí en el que coincidimos casi por azar?

***

Sospecho algo interesante en la estética del cine. Mientras mantenga viva la sospecha y la duda, seguiré yendo al Normandie al pasar y al Cine Hoyts con un gran paquete de Pop Corn (salado, como me gusta).


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Por cierto, los invito a leer en el blog de tercera cultura: Avatar, un Gendankenexperiment Inconcluso

sábado, diciembre 26, 2009

El otro desde mi lectura

No quisiera extenderme en el análisis de los fragmentos que a continuación presento, ellos son parte del libro El otro por sí mismo, de Jean Baudrillard y son, actualmente, un eje interesante de re-flexión, considerando cómo hacemos uso de la tecnología y nos involucramos en las redes sociales.

El cuerpo como escena, el paisaje como escena, el tiempo como escena desaparecen progresivamente. Lo mismo ocurre con el espacio público: el teatro de lo social, el teatro de lo político se reducen cada vez más a un gran cuerpo blando y a unas cabezas múltiples. La publicidad, en su nueva versión, ya no es el escenario barroco, utópico y extático de una visibilidad omnipresente de las empresas, las marcas, los interlocutores sociales, las virtudes sociales de la comunicación. La publicidad lo invade todo a medida que desaparece el espacio público (la calle, el monumento, el mercado, la escena, el lenguaje) (…) Esta es nuestra única arquitectura actual: grandes pantallas de donde se refractan los átomos, las partículas, las moléculas en movimiento. No es una escena pública, un espacio público, sino gigantescos espacios de circulación, de ventilación, de conexión efímera.


Ya no estamos en el drama de la alienación, sino en el éxtasis de la comunicación. Y este éxtasis sí es obsceno. Obsceno es lo que acaba con toda mirada, con toda imagen, con toda representación. No es sólo lo sexual lo que se vuelve obsceno: actualmente existe toda una pornografía de la información y la comunicación, una pornografía de los circuitos y las redes, de las funciones y los objetos en su legibilidad, fluidez, disponibilidad y regulación, en su significación forzada y en sus resultados, sus conexiones, su polivalencia, su expresión libre…

Ya no es la obscenidad de lo oculto, reprimido, oscuro, sino de lo visible, de lo demasiado visible, de lo más visible que lo visible, la odscenidad de lo que ya no tiene secreto, de lo que es enteramente soluble en la información y la comunicación.


miércoles, junio 03, 2009

La riqueza de las naciones y la pobreza del hombre

El título de esta entrada es más pomposo de lo que en realidad quisiera, pero ya está. A continuación presento un extracto de la popular obra de Adam Smith conocida como "La riqueza de las naciones", se trata del capítulo V: Del precio real y nominal de las mercancías, o de su precio en trabajo y de su precio en moneda. Mi intención es hacer una posterior reflexión, pero ojalá hicieran su tanto antes de leer la mía.

Todo hombre es rico o pobre según el grado en que pueda gozar de las cosas necesarias, convenientes y gratas de la vida. Pero una vez establecida la división del trabajo, es sólo una parte muy pequeña de las mismas la que se puede procurar con el esfuerzo personal. La mayor parte de ellas se conseguirán mediante el trabajo de otras personas, y será rico o pobre, de acuerdo con la cantidad de trabajo ajeno de que pueda disponer o se halle en condiciones de adquirir. En consecuencia, el valor de cualquier bien, para la persona que lo posee y que no piense usarlo o consumirlo, sino cambiarlo por otros, es igual a la cantidad de trabajo que pueda adquirir o de que pueda dispo­ner por mediación suya. El trabajo, por consiguiente, es la medida real del valor en cambio de toda clase de bienes.

El precio real de cualquier cosa, lo que realmente le cuesta al hombre que quiere adquirirla, son las penas y fatigas que su adquisición supone. Lo que realmente vale para el que ya la ha adquirido y desea disponer de ella, o cambiarla por otros bienes, son las penas y fatigas de que lo libraran, y que podrá imponer a otros individuos.



Ahora bien, Adam Smith afirma, en este capítulo, que establecida la división del trabajo, sólo una pequeña parte de la riqueza puede obtenerse con el trabajo personal y que la mayor parte habrá de conseguirse con el de otros. Es decir, en el valor de cambio de un bien, se encuentra contenido – en forma sintética – el trabajo (propio o ajeno) de uno o varios hombres. El trabajo, entonces, como medida del valor de cambio, representa un esfuerzo por adquirir un determinado bien (“las penas y fatigas que su adquisición supone”) que algunos realizarán y del que otros se librarán en las transacciones del mercado.

Esto quiere decir, interpretando el orden divino de la distribución en Smith, que existe una disposición natural a la apropiación del trabajo de otros, que se legitima en la sociedad organizada. Pero en las actuales sociedades se trata, más bien, de legi-timar(1) y hacer del engaño una regla, cuya persistencia en nuestra sociedad ha dado nuevos nombres a la esclavitud (subcontratación, oportunidad de empleo, competencia), transformándose en un saqueo sistemático del trabajo del hombre, que con razón debiera pertenecerle íntegramente a sí mismo, en su individualidad. Nuestra primera responsabilidad como seres humanos es reconocer la violencia solapada que padecen (y padecemos) millones de personas en todo el mundo al ver su (nuestro) trabajo en manos de una sustantiva minoría, diluyéndose así uno de los más grandes dispensadores de sentido de la existencia humana en aquellos que el mercado proconfigura para todos nosotros.


(1) Timar.
1. tr. Quitar o hurtar con engaño.
2. tr. Engañar a alguien con promesas o esperanzas.
(Diccionario de la RAE)