viernes, julio 07, 2006

Reflexiones altamente improbables y el espectro de infinitas subsucesiones convergentes


Es estar parado en medio de una micro (un oruga-bus, para ser más precisos), y cuando digo en medio me refiero exactamente a su centro de masa; y convertirse a ratos (momentos densos y de duración finita) en el origen de un sistema que observa a través de una ventana. O que cree observar, y me refiero a mí, parado en medio de la micro creyéndome un observador inercial. Pero, observemos por un momento que el observador nato (u observador ideal) debe ser ajeno y no influir en el entorno observado, lo cual tiene probabilidad nula. Pero notemos también, que este yo que, a ratos se mueve con velocidad constante, en realidad no soy yo, sino una prolongación de mis cavilaciones, creado como personaje lúdico, protagonista de las hazañas del viaje en micro.

Y comprender rápidamente, sin necesidad de mayor sentido que la lógica de la vida en sociedad y los no-tan-profundos análisis adquiridos por osmosis, la motivación de cada uno de los ocupantes del transporte. Hasta llegar a los últimos asientos e intentar entrar en el juego y querer adivinar tal o cual palabra como siguiente en su frívolo diálogo, apostar una manzana a que el tipo a mi lado le dará un manotazo a la señora y le pedirá disculpas casi de rodillas, eventualmente la señora se verá sonrojada (lo que, ipso facto, marcará una sonrisa en mi rostro al ver en el de ella la manzana y todo el chiste implícito). La causalidad de los aconteceres producirá en cierto momento una profunda transformación en mi modo de ver la vida al descubrir que mi trayecto en micro y tu caminar sereno sobre el asfalto se verán intersectados por un breve lapso de tiempo; lapso que, dicho sea de paso, se almacenará como una mágica imagen en mi cabeza; mi corazón acelerará sus palpitaciones, elevaré un suspiro poco sonoro, el vidrio quedará empañado de este vaho de imágenes y deseos y sentimientos y contradicciones y discursos preparados que no he llegado a ejecutar. Le daré mil vueltas al asunto y volveré a caer en la lectura de las aventuras-desventuras del odioso de Caufield. Medio segundo después, pondré una mano entre las páginas e intentaré sacarte de mis pensamientos, pero sé muy bien que eso provoca justamente lo contrario [no se imagen a... ya saben, el que no sabe: maní]. Reflexionaré sobre mi dicotómica intuición, y la posibilidad no-nula de siempre. Quitaré mi mano del libro al enterarme que no retomaré tan pronto la lectura (en caso contrario, no me será dificil ubicar la página). El punto es que tengo Fé en las condiciones necesarias. Sois necios si buscáis las suficientes en un Universo indeterminado.

Continuar con el fluir normal de emociones, bailar en mi interior con cada gota preciosa deste ritmo acompasado, cantarle a la belleza y obrar según el sentido musical. Me hago notar la belleza del rigor y de su fundamento en base a creencias emotivas. Al fin y al cabo, las ciencias y la religión tienen un fuerte componente emocional en sus raices. Lo que marca la diferencia es creer en ellas y luego operar sobre las bases. Esa confianza, otorgada de manera divina (no malinterpretar el término) sólo corresponde con la Fé y el bello espectro de definiciones que inducen una deliciosa armonía en torno a una sentencia única e irrepetible. Te grita efusivamente: "¡Amor!". Pero en realidad, estas consideraciones mantuvieron despierta tu mente, no así tu cuerpo, alguien te despierta y te pide que te muevas.

Bajarse de un micro-bus es una de las operaciones más sencillas del viaje, pero aún así tiene un comportamiento cinestésico interesante. Llegar a los límites del vecindario y atravesarlos con bondad. Las rejas del pasaje se mantienen cerradas, al igual que su puerta de metal (que en esta ocasión se encuentra abierta); sin darme cuenta un auto abre la reja automática desde el control remoto que manejan el conductor con dos dedos, situación que me pone en una crucial y super trascendente disyuntiva: quizás la puerta metálica haya sido abierta desde adentro por alguien que desea salir, por lo que debería dejarla abierta, pero muy cierto es que en muchas oportunidades se queda abierta y eso va en contra de las normas del pasaje. El dilema se establece cuando toco la puerta y la reja metálica se abre al mismo tiempo, porque de no haber tocado la puerta hubiese entrado junto al auto desconociendo por completo el comportamiento de la puerta, pero ahora en cambio mi mano se agarraba de una barra y ejercía la fuerza suficiente para vencer el torque hidráulico, lo que me dotaba de cierta responsabilidad [para mayor entendimiento, sométase a una situación similar]. Al final decido privilegiar la normativa que afecta a un número de personas mayor que 1 (el 1 corresponde al supuesto "abridor" de puertas tras un citófono oscuro y silencioso). ¡Qué va!, el la mejor solución - razono. Pero para que engañarlos, desde el principio quise cerrar la puerta estrepitósamente (Explicación: el fundamento racional viene a posteriori, el emocional: a priori).



Nada. Seguir estudiando, escribiendo, cometiendo errores ortosintácticos, a la espera del último control del semestre, necesitando que me hables (e intentando vencer mi necesidad ególatra), enumerando funciones de comportamiento, rezando. Enamorándome, criticando mi sentimentalismo extremo, alabando mi apertura emocional. Sintiendo que estás tan lejos. E imaginando que te soy un hipócrita o algo por el estilo.



- ¿Cuántas?

- Cien

- No, creo que este tampoco va a "Santiago en cien palabras".

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